Teología de la Prosperidad: La Biblia y las Riquezas

Teología de la Prosperidad en la Biblia

¿Qué hay detrás de esta “teología” de la prosperidad? En primer lugar, esta la “nueva cruz”, fácil, placentera, acomodada al mundo, encaminada a satisfacer los deseos carnales y a obtener, como los políticos, numerosos adherentes (y contribuyentes) sobre la base de falsas promesas. Claro está que, como asimismo ocurre en la política, se corre el riesgo de que los seguidores se pierdan con tanta facilidad como se reclutaron, cuando las promesas no se cumplen.

En segundo lugar, hay un afán indecente y pecaminoso de riqueza y poder por parte de los predicadores de este evangelio diferente. Durante una estancia en Estados Unidos, solía sintonizar una emisora de televisión cristiana. La mayoría de los programas incluían una solicitud de apoyo económico para el sostenimiento del ministerio en cuestión. Sin embargo, mientras que muchos lo hacían con prudencia y discreción, otros eran desaforados hasta el punto de dedicar más de la mitad del tiempo disponible para esquilmar a los televidentes. Es en extremo dudoso que este “evangelio de la prosperidad” haya de veras enriquecido a sus seguidores, pero por cierto que sí ha prosperado materialmente a muchos de sus predicadores. Contra esta clase de “ministros” nos advierte solemnemente la Escritura (Hechos 20:29-31; 2 Timoteo 3:1-5; 2 Pedro 2:1-3; Judas 3-16).

La Biblia y las riquezas

La perspectiva bíblica es ajena a las enseñanzas de estos maestros. Si bien la prosperidad material puede acompañar a las bendiciones espirituales (Gén 13:2; Salmo 112: 1-3; Proverbios 8:18), ya en el Antiguo Testamento se nos advierte del peligro que representan las riquezas: Salmo 39:6; Proverbios 11: 4,28; 22:1-2, etc. En Proverbios leemos: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, que no son nada? (23: 4-5).

En el libro de Job se enseña, por otra parte, que las enfermedades, la pérdida de familiares y el empobrecimiento no son en absoluto signos seguros de decadencia espiritual o desfavor divino; el Salmo 73 deja bien claro que la prosperidad material no implica para nada riqueza espiritual; más bien lo contrario puede ser cierto.

El Nuevo Testamento es todavía más claro. El Evangelio se dirige de manera especial a los pobres (Lucas 4:18; Mateo 11:4-5). Los ricos tienen dificultades especiales en aceptarlo (Maros 10:23-25; 1 Corintios 1:26). Desde que comenzó su ministerio público, el Señor Jesús vivió voluntariamente en la pobreza (Mateo 8:20; Lucas 8:1-3). Al tiempo que nos mandó pedir por nuestras necesidades (Mateo 6:25-34), enfáticamente desalentó la búsqueda de riqueza material y nos llamó en cambio a hacernos tesoros en el cielo (Mateo 6:19-20; Lucas 12:16-21; 16:13).

Las enseñanzas de los Apóstoles son, desde luego, consistentes con las de Jesús. Pablo vivió en la pobreza (1 Corintios 4:9-13) y, aunque tenía derecho a su sustento, renunció voluntariamente a éste (1 Corintios 9; Hechos 20:33-35). Es evidente que el Apóstol no compartía las ideas del “Movimiento de Fe” sobre la prosperidad material de los ministerios cristianos, ¡y sobre todo la de los ministros! (1 Timoteo 6:9; 2 Timoteo 3:1-5).

Pedro nos exhorta a no vivir conforme a las pasiones (1 Pedro 4:1-6). Santiago nos convoca a honrar y proteger a los pobres, y amonesta severamente a los ricos (Santiago 1:9-10; 2:1-7; 5:1-6). Juan le desea a Gayo salud física y prosperidad material en la medida en que poseía riqueza espiritual, para que hiciese buen uso de sus recursos (3 Juan 2).

Conclusión:

El llamado “evangelio de la prosperidad” es una distorsión grave de la enseñanza bíblica, que tiende a crear seguidores que desean llenar su vientre antes que su corazón, y que en muchos casos al resultar desengañados se tornan rebeldes al auténtico Evangelio.

La posición bíblica con respecto a los bienes materiales fue establecida con exactitud en las siguientes palabras inspiradas por el Espíritu Santo, escritas por un santo del Antiguo Pacto:

“Dos cosas te he pedido, no me las niegues antes de que muera: Vanidad y mentira aparta de mí, y no me des pobrezas ni riquezas, sino susténtame con el pan necesario; no sea que, una vez saciado, te niegue y diga: «¿Quién es Jehová?», o que, siendo pobre, robe y blasfeme contra el nombre de mi Dios.” (Proverbios 30:7-9).

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