El Evangelio de la Prosperidad: un “evangelio diferente”

El “Evangelio de la Prosperidad”. Este “evangelio diferente” tuvo su origen, como es de esperarse, en un país próspero, los Estados Unidos, desde donde lo han importado a Puerto Rico, país también próspero.
El Sr. Rodolfo Font es el rey en Puerto Rico de los predicadores del “evangelio de la prosperidad”. Apoyándose en este falso evangelio, el Sr. Font ha prosperado el mismo de manera espectacular, desde luego, a expensas de los crédulos que lo sostienen con ofrendas millonarias.
1. Según el “evangelio de la prosperidad”, Cristo es el dueño del universo y, por ende, riquísimo. Si él es el Rey y Señor de todo el universo, entonces sus súbditos son príncipes. Como tal, deben ser ricos también. Según el “evangelio de la prosperidad”, Cristo quiere que todos sus seguidores prosperen en lo material, que no sean pobres, que tengan casas y carros lujosos, en fin, que vivan en la tierra como príncipes, con todas las comodidades que atañen a tal posición. Según este evangelio, Cristo no quiere que sus seguidores padezcan necesidad o sufran. Los predicadores audaces de este nuevo evangelio aun se atreven a burlarse de los cristianos pobres y enfermos, ridiculizándolos y condenándolos como faltos de fe y de entendimiento.
2. Al examinar a la luz de la Biblia los fundamentos del “evangelio de la prosperidad”, concluimos que el Sr. Font, con todos los pastores que le imitan, no quieren que sus seguidores se salven. ¿Le parece extraña esta conclusión? ¿Por qué? ¿No dijo el mismo Cristo que “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”? Lo dijo en Mateo 19:24. O sea, es casi imposible que el rico se salve. Pero, el Sr. Font predica que todos los seguidores del Señor deben prosperar y ser ricos en lo material. Por lo tanto, deducimos que él no está a favor de la salvación de sus seguidores, pues éstos, al enriquecerse, pueden dar por asentado que sus posibilidades de salvarse menguan drásticamente.
¿No dice Pablo en 1 Timoteo 6:9 que “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición”? Pero, según los hábiles promotores del “evangelio de la prosperidad”, ¡debemos querer enriquecernos! ¡Orar para enriquecernos! ¡Dar ofrendas generosas a sus ministerios para que Dios nos las devuelva, no multiplicadas cuatro veces, sino diez! ¡Pensar positivamente y proyectarnos como ricos ya! ¡Reclamar que Dios nos enriquezca! ¡Hacer un contrato con Dios que lo obligue a bendecirnos materialmente! ¡PURAS MENTIRAS! Hermanos y amigos, lo que pretenden estos promotores del “evangelio de la prosperidad” es pelarnos, trasquilarnos, y enriquecerse ellos mismos a expensas nuestras, y lo logran con las ovejitas que entran ciegamente en su redil, el cual, de cierto, ¡no es el redil de Cristo! Lo que hacen es engañar a los que les prestan oído para que se pierdan eternamente.
a) Hermano, ¿quiere enriquecerse? Pablo afirma que “los que quieren enriquecerse caen... caen... caen en tentación y lazo.” Caen de la gracia. Pierden la salvación.
b) ¿Quiere enriquecerse? Pablo testifica que los que lo quieren hacer “caen... caen... en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición.”
(1) Precisamente, se descubre en estas palabras de Pablo un defecto mayúsculo, un error feísimo del “evangelio de la prosperidad”, a saber: Apela a la AVARICIA, a la CODICIA del ser humano, enseñándole a justificar en el nombre de Dios su afán por las riquezas de este mundo, afán que contradice el espíritu mismo del evangelio de Cristo, pues según este mensaje espiritual “el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mateo 13:22). Pero, el “evangelio de la prosperidad” dice: “Hermanito, hermanita, ¿quieres prosperar? ¿Quieres enriquecerte? Eso es lo que Dios quiere para ti. Bendito, él es dueño del universo y está sentado sobre un trono de oro puro y finísimo. Él no quiere verte pobre y atribulado sino rico y feliz. No tengas dudas al respecto. Ten fe en ti mismo. Aumenta grandemente tu propia autoestima para que te lances ahí por el mundo buscando agresiva y confiadamente mejor empleo, más entradas, más riquezas para ti y para los tuyos.” Pero, Pablo replica: Hazlo, ¡y caerás en muchas codicias necias... necias y dañosas. Hazlo, ¡y te hundirás “en destrucción y perdición”. Responden los predicadores del “evangelio de la prosperidad”: “¡Tonterías! ¿Quién fue Pablo? Un desventurado cristiano que no supo reclamar las riquezas que Dios estaba dispuesto a derramar sobre él.”
(2) A lo cual respondemos que ese tipo de comentario es prácticamente una blasfemia. Es obvio que Pablo procedía de una familia pudiente y que él mismo era rico en las cosas de este mundo antes de entregarse a Cristo. Al aceptar el evangelio puro, no el necio “evangelio de la prosperidad”, escribió en Filipenses 3:7, en adelante: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo.” Nos atrevemos a decir que los astutos y locuaces propulsores del “evangelio de la prosperidad” no conocen este tipo de “amor” sacrificado, dispuesto a perderlo todo para poder alcanzar “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús”. No conocen esta “excelencia del conocimiento” espiritual, esta sabiduría celestial, porque el espíritu del materialismo que embarga su ser no les permite conocerla.
III. Querido lector, amado hermano, hermana, ¿no le parece que debiéramos ser más astutos y serios en la evaluación de los líderes religiosos que compiten por nuestras almas, como también por nuestro dinero?
A. En el escenario religioso, se han levantado unos personajes religiosos de carisma extraordinario, con una labia formidable y un repertorio impresionante de chistes y dichos graciosos mediante los cuales hacen sentir contentos a sus oyentes. Sus dotes no significan que enseñen el “evangelio eterno”, único y verdadero, de Cristo. Su autoestima es tan alta que se convierte en soberbia. Sus talentos son tantos que se convierten en actores parecidos a los de la farándula. Sus “teatros” son sus “templos” donde montan sus espectáculos. Los concurrentes pagan la “entrada”, dando diezmos y ofrendas. También compran, a precio exorbitante, las grabaciones del “gran líder religioso carismático”, del “apóstol y fundador” del concilio del “evangelio de la prosperidad”.
B. En cambio, el verdadero predicador del único “evangelio eterno” no es actor enviado para entretener a las almas, congraciarse con ellas o explotarlas, sino que es el mensajero serio y solemne, responsable y noble, irreprochable y maduro del mensaje divino para la humanidad perdida.
C. “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:6 y 8). ¡AMÉN!
Las críticas y denuncias subjetivas, sin argumentos, sin textos bíblicos que las respalden, no edifican a nadie.
Escrito por: Homero Shappley de Álamo.
=> Este artículo ha sido editado para su mejor lectura.
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